‘A lo Badiola’. Así es como el Museo Reina Sofía ha organizado la antológica de Txomin Badiola (Bilbao, 1957) y, aunque este gesto pudiera haber sido síntoma de un arrebato de vanidad del artista vasco, nada dista más lejos de la realidad. Badiola sostiene que sus obras son producto de las significativas aportaciones y la influencia que otros artistas han ejercido a lo largo de su carrera. Por ello, no ha querido realizar su primera gran intervención institucional en Madrid solo, sino con la ayuda de otros siete.
Desde Bilbao, Ángel Bados (1945), Pello Irazu (1963), Ana Laura Aláez (1964), Itziar Okariz (1965), Jon Mikel Euba (1967), Sergio Prego (1969) y Asier Mendizabal (1973) han seleccionado conjuntamente las piezas de esta exposición que podrá visitarse hasta el 26 de febrero de 2017 en el Palacio de Velázquez del Retiro. La intención de Badiola era compartir el proyecto y trabajar en equipo junto a estos compañeros pertenecientes a la comunidad artística de su ciudad natal.
Una colaboración que ha dado como resultado una muestra integrada por 60 de las piezas que el artista realizó a lo largo sus últimos 35 años de trayectoria. Bajo el título Otro Family Plot se sucede un variado repertorio de fotografías, dibujos, piezas escultóricas e instalaciones multimedia, sin orden cronológico ni temático. No hay un recorrido establecido, precisamente, para enfatizar la idea de que este montaje se basa en el descentramiento de su obra a través de Otros. Las reinterpretaciones son constantes, tanto por parte de los siete artistas en origen, como por las múltiples lecturas que surgen entre el público.
Y es que, desde el inicio de la visita, uno tiene la sensación de estar en alerta. Diversos objetos, vinculados a través de la fotografía y el vídeo, confeccionan la arquitectura de las piezas de Badiola. El bronce, el hierro y la madera son sus materiales fetiche. Entre ellos se esconden la influencia compositiva de artistas como Jorge Oteiza o Joseph Beuys, entremezclada con imágenes o simbologías inspiradas en figuras revolucionarias, entre las que destaca la presencia de maestros del cine experimental, como Godard, o el máximo representante del Nuevo Cine Alemán: Fassbinder.
Sin embargo, el primer impacto al entrar en el pabellón no es visual, sino sonoro. Los efectos especiales de las pantallas y un repetido acorde de guitarra en tono menor procedente de la instalación de una de las salas, desvela desde el primer instante el carácter melancólico intrínseco a la muestra. Porque en este recorrido asistimos a la expresión de un conflicto que arrastra la sensación de fracaso, la pérdida y la frialdad emocional. Así que no es de extrañar que este conjunto de piezas de diferentes estéticas y orígenes (Madrid, Londres, Nueva York y Bilbao) provoque frustración. Sin embargo, ¿desde cuándo el escenario artístico tiene que ser esperanzador para suscitar el deleite?




