Wa Habibi [Oh, mi amor]

© Carole Alfarah

Comisaria: María Santoyo

Damasco es también conocida como la Ciudad del Jazmín, aunque dudo que actualmente se advierta en las sinuosas calles de la capital Siria su almibarado aroma. En 2009, disfrutaban de la vida en esta ciudad -la más antigua del mundo continuamente habitada- aproximadamente 1.800.000 personas. Sin embargo, en los últimos siete años su población ha sufrido un cambio drástico, tanto en número como en forma de vida. Desde 2011, «hombres y mujeres fueron obligados a sobrevivir y perder una guerra que no eligieron», declara Carole Alfarah (1981), autora de la treintena de fotografías que podrán contemplarse en Casa Árabe hasta el 20 de noviembre.

La fotógrafa nacida en Damasco nos muestra bajo el título Wa Habibi [Oh, mi amor] instantáneas, tomadas entre 2012 y 2015, que retratan a las víctimas silenciosas de la Guerra de Siria. Personas, muchas de ellas conocidos, que no tienen más opción que sufrir a diario el miedo y el terror implantados en una ciudad que cada vez reconocen menos. Y es que a día de hoy, la guerra ha dejado en su país casi medio millón de muertos, más de 6 millones de desplazados internos y cerca de 5 millones de personas que se han visto forzados a huir para ponerse a salvo en busca de un nuevo hogar. Alfarah admite con profunda tristeza que «la guerra fue más fuerte que yo». Desde la Navidad de 2012 reside con su familia en Barcelona.

Sin embargo, sólo se trasladó físicamente: «Mi alma, mis pensamientos, mi corazón y mi espíritu se quedaron en Siria», confiesa. Durante este tiempo ha viajado a su país en varias ocasiones debido a su profesión como fotógrafa editorial y documental independiente (un oficio poco común entre las mujeres de su país), aunque cada vez le duele más asumir que ya nada tiene que ver la devastada urbe que a día de hoy se encuentra ante sus ojos con el lugar que la vio crecer. La que fue madre de distintas culturas a lo largo de los siglos se está debilitando de forma sobrecogedora ante el catastrófico escenario de 400.000 viviendas completamente destruidas, la mitad de los niños sin acceso a la educación y la esperanza de vida reducida en veinte años en el corto periodo de un lustro.

Alfarah tuvo claro, desde siempre, que la cámara sería su mejor aliada para dar voz a los hombres y mujeres desfavorecidos de su país. Cuando estalló la guerra no cambió de postura y permaneció al lado de la gente para contar sus historias. Por este motivo sus instantáneas (acompañadas de un vídeo) se alejan del arquetipo de reportaje de guerra para plasmar con una ‘bella’ estética (a pesar de la crudeza de la realidad fotografiada), la cotidianidad de unos rostros marcados por el dolor y la consternación. Personas que sobreviven entre la soledad de los edificios abandonados, la agrietada superficie del pavimento explosionado o los charcos de sangre con colillas de cigarro. Sin duda, esta exposición merece ser visitada para concienciarnos del insoportable dolor que padece el pueblo sirio. En palabras de Alfarah: «Nuestro presente herido y nuestro pasado destruido». Mientras, en Occidente…¿de verdad estamos haciendo todo lo posible?

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Vista de la exposición Wa Habibi [Oh, mi amor] en Casa Árabe  © Marina Fertré
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Vista de la exposición Wa Habibi [Oh, mi amor] en Casa Árabe  © Marina Fertré
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Vista de la exposición Wa Habibi [Oh, mi amor] en Casa Árabe  © Marina Fertré
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Vista de la exposición Wa Habibi [Oh, mi amor] en Casa Árabe  © Marina Fertré