La experiencia de visitar la exposición Transición al equilibrio es como intentar tocar un Theremín. Nos priva del tacto, pero no de su sonoridad. Y es que los elementos presentes en las obras del último trabajo de Robert Ferrer i Martorell (Valencia, 1978) tientan al silencio. Sus varillas de metal parecen percutir el vacío, al ritmo de la melodía que evocan sus cuerdas tensadas de nylon.
Aunque en la sala de Espacio Valverde únicamente estén colgadas ocho piezas, se podrá contemplar en la galería hasta el 14 de enero la totalidad de esta serie titulada Porta a l’ invisible. Una selección integrada por más de veinte piezas, que hipnotizan por el cuidadoso trabajo de sus componentes. Porque una de las virtudes de Ferrer ha sido convertir en delicados, toscos materiales como el cartón pluma o el metacrilato.
La mayoría de las obras comparten la misma estructura. Al fondo, Ferrer coloca un tablero de contrachapado sobre el que configura un relieve con varias capas de papel de distintos grosores, alternando láminas y filamentos. De este modo, consigue dotar de verticalidad al conjunto consiguiendo un estilo minimalista y elegante, enfatizado por el uso de una fría gama de colores. Alterna con armoniosa estética negro, añil, azul, marrón, granate y blanco.
En el siguiente nivel es donde entra en juego la música. Una hilera de finas cuerdas de nylon descienden de arriba a abajo, dividiendo en dos el espacio existente entre el contrachapado y el caparazón de metacrilato. Una urna trasparente que encapsula el acorde de las cuerdas de las que se encuentran suspendidas las varillas. Metálicas o de papel. Además, para generar un efecto óptico, quema con acierto la superficie de metacrilato generando una distorsión que, al contraste de la luz, produce un interesante repertorio de sombras. No obstante, la gran novedad del último trabajo de Ferrer se focaliza en la pieza de gran formato (1,70 x 2,00 m) realizada exclusivamente con aluminio lacado y composite. Toda una coda a la altura de la partitura.



