Resulta prácticamente inevitable pensar en Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Madrid, 1923) sin que afloren en la mente sus resplandecientes pinturas de la costa mediterránea. Sin embargo, el pintor también hizo uso de una paleta más apagada en sus obras de realismo social, como dejan de manifiesto varias de las 66 piezas exhibidas en el Museo Sorolla hasta el 19 de marzo. Una exposición titulada Sorolla en París, que rinde homenaje al reconocimiento internacional del artista tras sus éxitos en la que fue, la indiscutible capital mundial del arte a comienzos del siglo XX.
Y es que precisamente de intención social y estética realista, es la pieza con la que el pintor consiguió su primer Grand Prix en la Gran Exposición Universal de París del año 1900. El cuadro Triste herencia (1899), en el que retrata a los niños enfermos y huérfanos del Hospital de San Juan de Dios dándose un baño al atardecer en la playa. Asimismo, puede admirarse en la primera sala, justo en la pared de enfrente, otra de sus obras más notables de este estilo: Trata de blancas (1894), donde cuatro jóvenes prostitutas dormitan en un vagón bajo la supervisión de una vieja alcahueta.
No obstante, la mayor parte de las piezas que conforman esta muestra –35 pertenecientes al propio museo y el resto a particulares e instituciones, como el Musée d’Orsay de París- reproducen la luminosidad cromática tan característica del pintor en sus escenas al aire libre. Una de las más llamativas, debido al potencial de su gran formato, es Cosiendo la vela (1896), óleo de carácter costumbrista donde un grupo de personas aparece en un florido patio remendando la vela de un barco.
Sin embargo, será en la segunda planta donde se alcance el clímax del ‘triunfo de la luz’ con obras como Verano (1904) y las de la serie que realizó en 1905 en la localidad costera de Jávea, descrita por el artista como «sublime, inmensa, lo mejor que conozco para pintar». Durante esos meses de verano, unos de los más fructíferos de su carrera, elaboraró un total de 30 cuadros y 65 apuntes, algunos de los cuales formaron parte de la gran monográfica que la George Petit le dedicó en el año 1906. Fue en esta galería, una de las más prestigiosas de París, donde el autor logró su definitiva consagración internacional como el ‘genio de la luz’.
Y es que hasta sus retratos de interior, también presentes en esta muestra, destacan por su brillo. Unas composiciones en las que el pintor inmortalizó a miembros de la burguesía, artistas, intelectuales de la Generación del 98 y, en numerosas ocasiones, a su familia, descubriendo su lado más íntimo. Un buen ejemplo de ello es, Desnudo de mujer (1902), en el que su esposa Clotilde aparece de espaldas, sin ropa y sensualmente tendida sobre la cama. Tras contemplar esta selección de obras, pocos serán los que no sucumban al deleite de los coloridos reflejos de la ágil, precisa y vital pincelada de Joaquín Sorolla.




