Decía John Berger que «una línea, una zona de color, no es realmente importante porque registre lo que uno ha visto, sino por lo que le llevará a seguir viendo». El acercamiento a la trayectoria artística de Eduardo Barco (Ciudad Real, 1970) supone, de manera implícita, admirar el devenir de un diálogo entre ambos elementos: el color y la línea. Así lo ejemplifica la selección de obras que podrá contemplarse hasta el 15 de marzo en el espacio cedido libremente por Tasman Projects (calle Ferraz, 84) a fin de prestar apoyo a artistas contemporáneos vinculados con España.
Una exposición titulada Callar Hablar Destruir Construir, donde se reúnen pinturas, esculturas, dibujos y grabados del artista en los que prevalece una sugerente armonía entre la figura y el fondo. A veces, sutiles líneas enmudecen ante el grito de una enérgica capa de color, o por el contrario, despliegan la contundencia de su sintética arquitectura en un suspense de rectas y curvas, o solo de rectas, o solo de curvas. No obstante, su trazado nunca está impoluto, ni su intensidad y grosor son uniformes. Huyen de la disciplina de un contorno definido.
Porque la pincelada de Barco es atrevidamente ágil, aunque de espontaneidad meditada. El previo esbozo de sus diseños siempre va acompañado de una estudiada relación de proporción y equilibrio, que posteriormente traslada al papel o al lienzo. Tan estudiada está la posición de cada elemento, que al volver a reproducir diez años después unos antiguos dibujos para realizar la serie de grabados Suite Amara, se reafirmó en la posición de cada trazo.
Atención especial merecen sus esculturas, ya que es en ellas donde la línea, en un acto de valentía, abandona las reconfortantes nubes de color para retar en solitario al equilibrio. Y es que, como cita el comisario Alfonso de la Torre, ‘Eduardo es otro caballero de la soledad’ que se resiste a deshacerse del abrigo de los despojos de su estudio: trozos de materiales (principalmente madera), que reutiliza cultivando el arte del assemblage. El resultado: estructuras que guardan un delicado sentido de la estética y de sorprendente entidad, a pesar de su frágil apariencia. Porque, como menciona Eduardo Barco: «un lugar mínimo del espacio puede concentrar el mundo». Punto.



