La arquitectura tiene vida en la medida en que la habitamos. Sus huellas son vestigio de dicha existencia y, también, las que reflejan el inexorable paso del tiempo. Porque aunque la funcionalidad de la arquitectura perezca dando paso a la ruina, la esencia de su anterior presencia permanece impregnada en sus paredes. Debido a ello, su contenido puede ser interpretado en diferentes momentos, que enfatizarán distintos matices y revelarán nuevas informaciones. Por eso a Pilar Pequeño (Madrid, 1944) no le bastó con fotografiar los lugares una sola vez, sino que estuvo frecuentando los escenarios de su serie Huellas durante 16 años.
Las dos edificaciones que protagonizan este trabajo, al que la galería Marita Segovia dedica una exposición bajo el mismo título hasta el 22 de julio, pertenecen a climas peninsulares muy diferentes. Una de ellas está ubicada en la vertiente atlántica, en la zona del Baixo Miño, próxima a su desembocadura, y la otra se encuentra a orillas del Mediterráneo, concretamente en la costa del Mar Menor. Para esta muestra, incluida en la programación de la actual edición del Festival Off de PHotoEspaña, se han seleccionado un total de 33 fotografías realizadas entre el año 2000 y el 2016.
A través de ellas, Pequeño nos descubre un relato íntimo en el que la actuación de la naturaleza será vital para narrar la memoria inherente a cada uno de esos rincones que fueron, años atrás, testigos de la presencia humana. Una naturaleza, que está determinada por un clima y una exposición solar diferente. De este modo, en las imágenes de la casa que la artista fotografía en la zona del Mar Menor la iluminación es más cálida, y el paisaje que se observa a través de sus ventanas es seco y árido, a diferencia de la frondosa vegetación que invade el patio del antiguo colegio del Baixo Miño, penetrando por las puertas y ventanas de este edificio construido en el siglo XIX, que, además, tiene un gran valor sentimental para la artista ya que fue el lugar donde estudió su padre.
Y es que las imágenes de Pequeño están cargadas de un abanico de emociones tan potente, que invitan al espectador a viajar a estos dos escenarios para construir su propio relato. Tanto en blanco y negro como a color. La artista fotografió primero los entornos en blanco y negro, y a partir de 2010, regresó a ellos para inmortalizar la poética del desgaste del paso del tiempo en color. Una conmovedora exposición en las que los paisajes en decadencia de las fotografías de Pequeño son una ventana al renacer de una nueva vida.
[Las obras de Pilar Pequeño se exponen junto a la serie de trabajos escultóricos del artista Rafael Muyor titulada Hojarasca]

