Comisaria: Tomoko Sato
La armonía de sus formas orgánicas y su paleta de tonos pastel, son algunos de los atributos que caracterizan el original estilo de las más de 200 obras de Alphonse Mucha (Ivančice, 1860-Praga, 1939), que se exhiben en las monumentales estancias del Palacio de Gaviria hasta el 25 de febrero de la mano del Grupo Arthemisia. Organizada en su totalidad con los fondos de la Fundación Mucha de Praga, la gran retrospectiva dedicada al artista checo, mundialmente conocido por ser uno de los máximos exponentes del Art Nouveau, permite adentrarnos en su apasionante y prolífica trayectoria artística, fuertemente marcada por la causa política y el amor al pueblo checo. A través de seis secciones el espectador descubrirá, de manera no cronológica y en este orden, seis facetas de la personalidad de Mucha, que tienen como título: El Bohemio, El Creador de imágenes para el gran público, El Cosmopolita, El Místico, El Patriota y El Filósofo.
Desde niño, Mucha sintió atracción por el dibujo y en su adolescencia se inició en el arte comenzando a ilustrar el diario satírico de su localidad. Como no fue admitido en la Academia de Bellas Artes de Praga en 1878, Mucha ingresó en la compañía de teatro de su ciudad, donde realizó los papeles de actor, director, decorador y diseñador de carteles teatrales. Un año después se mudó a Viena para ejercer como aprendiz de escenógrafo durante dos años y en 1881, regresó de nuevo a Moravia para trabajar de manera independiente elaborando ilustraciones para revistas satíricas. Fue en esta época, cuando Mucha conoció a una de las personas que le cambiaría radicalmente la vida. El Conde Eduard Khuen-Belasi, que tras encargarle el diseño de la decoración del castillo de Emmahof y quedar gratamente satisfecho, se ofreció a apadrinar sus estudios en la Academia de Bellas Artes de Múnich. Esta gran oportunidad le abrió las puertas para formarse posteriormente en París en dos populares escuelas de arte: la Académie Julian y la Académie Colarossi.
En otoño de 1887 Mucha llegó a París, ciudad que en aquella época era la incuestionable capital mundial del arte. Inmerso en un ambiente cosmopolita, Mucha conoció a un gran número de estudiantes procedentes de distintas partes del mundo y, en seguida, reuniría a un grupo para fundar el club de estudiantes eslavos (Lada). También se hizo miembro de la comunidad checa en París (Beseda), de la que incluso llegó a ser presidente. En 1889, Mucha se vio obligado a interrumpir su formación debido a que el conde le retiró su apoyo económico, y no le quedó más remedio que comenzar a trabajar por encargo, dedicándose especialmente a la ilustración de libros y revistas. Durante los siguientes cinco años el artista llevaría una vida modesta hasta que las calles de París vieron en la Nochevieja de 1895 su primer cartel, Gismonda, pintado para Sarah Bernhardt. La actriz francesa más célebre del momento quedó encantada con la sensualidad con que la había retratado y le ayudó a ascender en la escala social parisina de finales del siglo XIX. En esta sección denominada El Bohemio, (palabra que juega con la alusión a Bohemia, la región checa), se pueden contemplar una amplia selección de trabajos encargados por la popular actriz.
Durante aquellos años, los teatros y cabarés del París de la Belle Époque demandaban un gran número de carteles para publicitar sus eventos, lo que permitió el desarrollo de esta nueva forma de arte entre un gran número de artistas entre los que destacó Mucha. Su original estilo, caracterizado por el uso de colores pastel, y sus figuras de los motivos naturales con simbología bizantina, resultó atractivo para muchos impresores y editores, hasta el punto de que uno de ellos, F. Champenois, le ofreció un contrato exclusivo que el artista firmó en 1896 y que le permitió recibir un salario mensual. De esta colaboración nacerían sus paneles decorativos de interior (sin texto), un nuevo género accesible para el gran público, entre los que destaca su primera serie titulada Las estaciones. Primavera, verano, otoño e invierno, cuatro espléndidas litografías que pueden admirarse en la tercera sección de esta muestra. La relevancia de su figura se consolidó a nivel internacional, tras el gran número de proyectos que realizó para la Exposición Universal de París de 1900, como la decoración del pabellón de Bosnia-Herzegovina que le encargó el Imperio austrohúngaro y por el que recibió la insignia de la Orden Imperial de Franz Joseph I. En esta sección, se pueden contemplar una serie de fotografías de los interiores del Pabellón.
La popularidad de Mucha no solo creció en Europa, sino también en Estados Unidos cuando, tras su primera visita en 1904, fue calificado por la prensa como uno de los mejores artistas decorativos del mundo. Sin embargo, a medida que crecía su fama, también aumentaba su conflicto interno. Trabajar para el imperio significó ir en contra de sus propios principios, ya que era firme defensor de la independencia de su patria y se oponía a la dominación austriaca que pretendía acabar con las tradiciones de los pueblos eslavos. Por este motivo, el poliédrico artista (además de cultivar el arte del cartel también desarrolló su faceta como pintor, escultor, fotógrafo y artesano) realizó múltiples viajes a Estados Unidos entre 1904 y 1909 hasta que ese último año, consiguió la financiación de Charles Richard Crane, un empresario de Chicago, para elaborar el proyecto patriótico que tenía en mente y que marcaría la última etapa de su producción artística: La Epopeya eslava (1911-1926), un monumental conjunto de veinte cuadros que abrazan temas de índole política, religiosa, filosófica y bélica, la mitad hacen referencia a la historia checa, y los otros diez a las naciones eslavas precedentes. Para esta gran obra, el artista no solo tuvo que consultar una gran cantidad de libros y tratar con numerosos de expertos, sino que pasó temporadas en Croacia, Serbia, Bulgaria, Montenegro, Polonia, Rusia y Grecia, analizando las costumbres locales a través del dibujo y fotografía.
Desgraciadamente en 1938, cuando hacía tan solo diez años que Mucha había donado la Epopeya eslava a la ciudad de Praga y veinte años que se había creado la República de Checoslovaquia, tras la desintegración del Imperio austrohúngaro, las tropas nazis comenzaron a invadir el país y el 15 de marzo de 1939, Hitler proclamó desde el Castillo de Praga el protectorado alemán, conocido como Protectorado de Bohemia y Moravia. Mucha fue uno de los primeros artistas en ser arrestado por la Gestapo, a causa del componente político presente en su obra y su pertenencia, desde 1898, a la logia parisina del Gran Oriente de Francia, la orden masónica más antigua e influyente de la Europa continental. Tras su liberación, el dolor que le produjo ver cómo su país era vencido e invadido, agravó los síntomas de la pulmonía que sufría en aquel entonces, y que le causaría la muerte el 14 de julio de 1939, a la edad de sesenta y ocho años.
Uno de los motivos que determinaron su unión a la masonería fue su interés por el ocultismo (doctrina que busca la verdad espiritual trascendiendo el mundo visible y material), al que se adentró influenciado por su amigo el dramaturgo August Strindberg. A través de esta inmersión espiritual, el pintor concibió las tres virtudes fundamentales de la humanidad: la belleza, la verdad y el amor, a las que dedicaría la última obra de su vasta trayectoria y que constituye el broche final de esta exposición: el tríptico La edad de la razón, La edad de la sabiduría, La edad del amor, de los que se muestran una serie de pequeños dibujos preparatorios. Aunque no pudo concluir el proyecto, el propósito con el que comenzó a gestar esta pieza en 1936, fue que estos tres valores prevaleciesen en la mente de las personas para sofocar las llamas de la inminente guerra que asolaría Europa tan solo mes y medio después de su muerte. Anteriormente, en 1933, ya había manifestado su preocupación por la aparición del nazismo con la pintura titulada La luz de la esperanza, también presente en la muestra. A lo largo del recorrido por las salas del majestuoso palacio del siglo XIX en el que tiene lugar esta exposición, el espectador no asistirá solo a la contemplación de las obras del creador de Art Nouveau, sino de un hombre que concibió el arte como un medio de reivindicación de los valores culturales de su país y un mecanismo para promover, por encima de todo, la hermandad de los pueblos y la paz universal.








