Giorgio de Chirico (Volos, Grecia, 1888-Roma, 1978) no se conformó con representar lo visible, sino que incorporó en su obra aquello que superaba la mera percepción sensorial para acercarse al mundo onírico y del inconsciente. Así lo demuestra la exposición que Caixaforum aloja en las salas de su sede de Madrid hasta el 18 de febrero. Un total de 143 obras entre pinturas, esculturas, acuarelas y dibujos, realizadas entre 1913 y 1976, que recorren las principales fases creativas del artista y que se pueden admirar bajo el título El mundo de Giorgio de Chirico. Sueño o realidad.
De Chirico nació en Grecia en el seno de una familia de padres italianos y será en su país natal donde se inicie en el dibujo y en la pintura. Estudió arte en Atenas y después se mudó una temporada a Florencia antes de trasladarse a Alemania. En 1906, dos años después de la muerte de su padre, su madre, su hermano – Andrea de Chirico, más conocido por su seudónimo Alberto Savinio a partir de 1914- y él, se fueron a vivir a Múnich. Ese mismo año, De Chirico iniciaría sus estudios artísticos en la Academia de Bellas Artes (su hermano también cultivó el arte de la pintura aunque destacó más en el campo de la escritura), donde entró en contacto con las obras de los pintores simbolistas alemanes de referencia Max Klinger y Arnold Böcklin. Ambas personalidades y las lecturas de los escritos filosóficos de Nietzsche y Shopenhauer, le marcarían de manera determinante en las creaciones de su periodo metafísico.
Y es que el artista alcanzó el prestigio y reconocimiento internacional por ser el fundador de la pintura metafísica. Un movimiento que sería precursor del surrealismo (hasta el propio Dalí reconoce la influencia de De Chirico en su obra) y del realismo mágico e influyó en otras corrientes artísticas del siglo XX como el pop art o el arte conceptual. De Chirico regresó a sus raíces italianas en 1909, año en el que pasó unos meses en Milán y disfrutó de otra temporada en Florencia. Fue precisamente en esta ciudad, una noche en la Plaza de la Santa Croce, cuando se le ocurrió la idea que dio lugar a la primera pintura, titulada El enigma de una tarde de otoño (1910), que sustentará las bases de su periodo metafísico. A partir de entonces, desarrolló en París este nuevo tipo de obras entre 1911 y 1915, que se caracterizan por sus escenarios formados por la colosal arquitectura de plazas y arcadas sumidas en la penumbra. En ellas reina un vacío sepulcral que a veces es interrumpido por diminutas figuras que vagan solitarias perseguidas por sus propias sombras de proporciones desmedidas.
Su arte metafísico cobraría vida no solo en espacios exteriores, sino también en el interior de las estancias. Cuando a mediados de 1915, De Chirico se alistó en el ejército durante la Primera Guerra Mundial, aunque no fue apto para ir a las filas, se vio obligado a trasladarse a Ferrara para trabajar en las oficinas. Fue allí donde surgió la idea de estos interiores en los que recurre frecuentemente a la ventana dentro del cuadro o a la pintura dentro de la propia pintura. En ellas introducirá también sus famosos maniquíes, inquietantes y abstractos, de los que además podemos ver en la sala su versión escultórica entre la selección de piezas realizadas en terracota y en bronce, con pátina dorada y plateada. La de mayor tamaño se titula Los arqueólogos (1968) y está ubicada en la parte central de la exposición, donde una estructura de pórticos y pórticos ciegos de los que cuelgan los cuadros conforma la parte más compleja y espectacular del montaje en las salas del Caixaforum.
Tras una fuerte discusión con Breton, en la que éste le acusaba de traidor por comenzar a adoptar un carácter más realista y recuperar la vuelta al orden en sus pintura, De Chirico terminaría por aborrecer el movimiento surrealista. A partir de los años 30, se iniciaría en el tema de los baños misteriosos, concretamente en 1934 cuando realizó diez litografías para acompañar diez textos de Jean Cocteau -uno de los intelectuales más próximos al círculo íntimo de De Chirico en París junto con Apollinaire y Picasso- de su libro Mythologie, que pueden verse en la exposición al lado de sus cuadros de los baños entre los que destaca Retorno de los Hebdómeros (1968) -en 1929 De Chirico escribió la novela Hebdomeros-. Durante los años 40 y 50, De Chirico recuperaría en sus obras los valores del glorioso pasado de los artistas del Renacimiento y del Barroco. Le influiría especialmente Rubens, por su pintura vivaz y cargada de luz. De este modo copiaría obras de los grandes maestros demostrando su talento. En este periodo se interesaría por el bodegón, las naturalezas muertas que él llamaba ‘vidas silenciosas’, y representaría piezas de frutas junto a elementos clásicos como estatuas y templos. Un ejemplo de la sala es Fruta con templo (1957).
Otro tema recurrente a lo largo de estos años fueron los gladiadores y la representación de las escenas de los combates mortales que libraban. Estas obras, que Chirico comienza a realizar a partir de 1927, cosechan un gran éxito gracias al encargo del marchante Léonce Rosenberg que le pedirá al artista la decoración completa del inmenso salón de su apartamento parisino. Especialmente llamativa es su pieza Los gladiadores después del combate (1968) que puede verse en la exposición, donde retrata en un primer plano los rostros de los gladiadores con una fisionomía similar a la de las esculturas clásicas. Este tipo de cuadros beberán de la influencia de la mitología clásica de su Grecia natal. Además, De Chirico también se sintió poderosamente fascinado por los corceles y los retrató en gran número y de un modo solemne, reflejando la fuerza y la vitalidad, así como la belleza de estos animales de batalla.
En su última etapa, De Chirico retomaría la influencia metafísica, como puede observarse en el óleo Visión metafísica de Nueva York (1975). Aunque este periodo se refiere propiamente a sus obras a finales de los años 60, De Chirico ya se burlaría de los americanos en décadas anteriores cambiando las fecha de sus pinturas (ya que los coleccionistas solo querían comprar sus obras metafísicas anteriores a 1925). De este modo su célebre obra Las musas inquietantes (1947), también presente en la muestra, aparece firmada con fecha de 1925. Aunque fueron menos populares, hay que mencionar también la dedicación de De Chirico al retrato y al autorretrato durante toda su carrera artística. De hecho, la exposición da la bienvenida con esta selección de obras, en las que puede apreciarse como De Chirico no solo retrata con gran maestría la apariencia de los personajes sino que intenta transmitir también su personalidad. Antes de abandonar la exposición, recomiendo encarecidamente ver el vídeo documental de veinte minutos titulado El misterio de lo infinito en el que se puede descubrir el carácter excéntrico del artista. Sin duda, todo espectador que visite la muestra podrá conocer en detalle la trayectoria artística De Chirico y quedará sorprendido con el fantástico montaje que recrea la plaza enigmática, solitaria y atemporal que marcó de por vida su carrera.









