Comisaria: Estrella de Diego
La colección del Banco de la República de Colombia es, al igual que su arte, sinónimo de diversidad cultural y múltiples relatos. Iniciada en los años 50, hoy en día se ha convertido en todo un referente en la escena artística de Latinoamérica. En la actualidad, atesora un total de 5.330 obras, de las que 134 han viajado por primera vez a España para integrar la exposición titulada Campo a través, que podrá admirarse hasta el 22 de abril en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid y que se completa con la instalación Cementerio, Jardín vertical (1992) de la escultora María Fernanda Cardoso en la Casa Museo Lope de Vega.
En Alcalá 31, la muestra se organiza en un recorrido dividido en tres secciones, que describen el proceso de construcción de la identidad colombiana a lo largo de su Historia. Se centra pues, en el arte colombiano del Banco de la República, aunque la colección cuenta también con obras de artistas de otros países latinoamericanos y de Occidente (estas últimas incorporadas a través de las donaciones realizadas por grandes coleccionistas, como Fernando Botero, que en el año 2000 aportó 85 piezas de artistas de renombre como Renoir, Picasso, Dalí, Matisse, Degas, Monet o Chagall, entre otros).
Las tres secciones han sido abordadas desde la diversidad cultural de los más de 60 artistas participantes. En la primera de ellas, Anatomía y botánica, se reúnen las obras que tienen como tema central la representación del cuerpo, desde una óptica religiosa, política o aniquilados por esa violencia que tanto perjudicó al país en las últimas décadas del siglo pasado, y que todavía continua siendo un hándicap en su cotidianidad actual. En la primera de estas temáticas destacan las monjas de Manuel Merchán Cano y Vitorino García Romero (la Colección del Banco de la República cuenta con casi medio centenar de estos ejemplares), pintadas con rostros serenos en su lecho de muerte y rodeadas de la belleza que desprenden las flores depositadas sobre su cabeza -a modo de corona- y su regazo, según sus atributos de santidad.
La temática de la violencia tiene una potente representación en un gran número de piezas, destacando los dos excepcionales bocetos de Alejandro Obregón que forman parte de los dibujos preparatorios que realizó para su óleo Violencia(1962), una obra clave dentro de la cultura colombiana equiparable a lo que supone el Guernica de Picasso para España. Una violencia que está implícita también en obras de corte político como Decoraciones de interiores (1981) de Beatriz González, una de las figuras artísticas más influyentes del país (y con exposición hasta el 2 de septiembre en el Palacio de Velázquez del Retiro). En la tela serigrafiada mostrada en la sala -una sección de tres metros y medio de largo extraída del telón del proyecto original de 140 metros- la artista representa con su característico estilo pop al presidente colombiano Julio César Turbay Ayala (1978-1982) charlando amablemente junto a un grupo de invitados en un evento privado. Una actitud que en aquella época contrastaba de manera aberrante con las atrocidades de los acontecimientos políticos y el sufrimiento del pueblo colombiano.
Una de las artistas nacionales más reconocidas en el extranjero es la bogotana Doris Salcedo -hasta el 1 de abril expone en el Palacio de Cristal del Retiro Palimpsesto (2013-2017)-, que también participa en esta muestra con su escultura de sillas mutiladas donde la violencia asoma con una cruda metáfora. Del mismo modo ocurre en el sudario de Luis Fernando Roldán, Desdoblado(2006), expuesto en la misma sala con apariencia de un ‘cementerio vertical’. Continuando el recorrido aparecen las obras que guardan, a nivel formal, relación directa con la botánica y lo vegetal como, por ejemplo, Una taxonomía para el herbario de plantas artificiales (2002-2004) de Alberto Baraya, que pone en duda el paradigma científico y las sociedades poscoloniales; o Cimiento book of the ritter von turn [Durero] (2007) de Miler Lagos, que cuestiona la realidad a través de una instalación construida con hojas de papel impreso con grabados de Durero, que a simple vista parece formada por troncos de madera.
La segunda sección, titulada Guía de viajes, constituye un acercamiento a las diversas manifestaciones culturales nativas que conviven en el país. En la primera planta de la sala, encontramos obras como Mucha india(2014) de Fernando Arias, que borda con hijo rojo el mapa geográfico de Latinoamérica, como acto reivindicativo de esas culturas ancestrales. Otra de las piezas significativas de este apartado es Paso del Quindío II (1999), una vídeo-instalación en la que el artista José Alejandro Restrepo subvierte, con ironía, las jerarquías del poder a través de las imágenes protagonizadas por cargueros humanos que atraviesan la selva. Y es que aunque aquellos que van cómodamente sentados en las espaldas de estas personas autóctonas creen poseer el poder, en realidad dependen totalmente del conocimiento de los que los transportan y conocen el territorio. Asimismo, el conocimiento del paisaje será una cuestión clave en la obra de Abel Rodríguez Muinane, un artista indígena que concibe sus acuarelas como un modo de transmisión de la cultura a la que pertenece. La flora y la fauna de su entorno, cambiante con las estaciones, son representadas al detalle en su obra Ciclo anual del Bosque de Vega (2015-2016). Otros artistas reivindicarán también su origen afroamericano, como Liliana Angulo en su serie fotográfica Un negro es un negro (1997-2001), que evoca los prejuicios raciales todavía existentes en la sociedad.
La tercera y última sección de esta exposición, Ciudades invisibles, pone en relación los contrastes entre el mundo urbano y el mundo rural. Del mismo modo que en aquellos relatos de Italo Calvino la ciudad parece estar suspendida en la atemporalidad. Por un lado, observamos la belleza de la vida del campo en los coloridos grabados de finales de siglo XIX de Ramón Torres Méndez o en las fotografías de campesinos tomadas por Luis B. Ramos entre 1935 y 1950. En cambio, también encontramos narraciones sobre una ciudad cambiante y cosmopolita de la mano de artistas como Gertjan Bartelsman en su serie Pasajeros (1979-1980), fotografías en blanco y negro que inmortalizan a individuos aislados, paradójicamente residentes en pobladas áreas urbanas. También se mostrarán las construcciones más inhóspitas de las ciudades, como las lúgubres estancias de las viviendas colectivas (denominadas en Colombia, inquilinatos), protagonistas en el gran dibujo hiperrealista de Óscar Muñoz.
Una de las obras más singulares de esta sección es el óleo Accidente en la vía (1971) de Noé León, que evidencia el abismo entre estos dos mundos, el urbano y el rural. En ella descubrimos como la frondosa vegetación de la selva es invadida por la tecnología de los medios de transporte. El eco de la gran ciudad aparece representado por un autobús repleto de gente y, la naturaleza, por una serpiente, atropellada por las ruedas del vehículo. Esta imagen bien podría ser símbolo de esos recorridos «campo a través» que ha tenido que hacer la sociedad colombiana para aprender a convivir con el amplio abanico de identidades que la conforman. Una variedad de caminos que en esta exposición no se imponen unos frente a otros, sino que confluyen, como los afluentes del Río Magdalena, plasmando de manera panorámica la riqueza cultural y artística del país.











