Comisaria: Juana Arlegui
Carlos Cánovas (Hellín, 1951) afirma que a pesar de haber residido toda su vida en la periferia jamás ha llegado a conocerla. Quizás por eso siempre le ha fascinado tanto el paisaje de extrarradio, hasta el punto de que ha llegado a convertirse en su escenario habitual de trabajo. El fotógrafo, natural de la provincia de Albacete, ha vivido desde su primer año de vida en Pamplona, donde ha realizado buena parte de las fotografías que conforman su actual exposición en el Museo ICO.
La muestra, enmarcada dentro de la Sección Oficial de PHotoEspaña 2018, tiene por título En el tiempo y la integran más de un centenar de fotografías que se podrán contemplar hasta el 9 de septiembre. Con una ambición retrospectiva, el recorrido expositivo se ha organizado en cuatro secciones que incluyen, desde las primeras imágenes que capturó a principios de los ochenta hasta aquellas que tomó hace tan sólo unos meses. Con el aliciente de que un gran número de ellas son inéditas.
Nada más entrar a la sala de la planta baja, nos adentramos en Extramuros (1983-1990), trabajo donde el fotógrafo mostró por primera vez el espacio urbano en toda su amplitud. Tres años antes había realizado la serie Tapias, pero esta se centraba en dichos elementos arquitectónicos. En cambio, Extramuros está formada por imágenes de rincones inusuales de Pamplona. La mayoría de ellos poco transitados o abandonados, siempre a las afueras de la ciudad y prestando especial atención al paisaje que se asoma a las orillas del río Arga, a las singularidades de la vegetación (un buen ejemplo son los tres árboles de Pamplona, 1985) y a las zonas residenciales de la clase obrera.
La segunda y la tercera estancia muestra las fotografías de Paisaje anónimo (1992-2005), una serie en la que Cánovas nos acerca a espacios situados en distintos puntos de la geografía española, aunque inidentificables. De ahí, su anonimato. En ellas se aprecia la intención del fotógrafo de preservar la distancia, a lo que hay que sumarle su ingenio a la hora de elegir el encuadre. Su interés aquí ya no es tanto documentar, sino provocar emociones a través de los distintos paisajes, un gran número de ellos entornos industriales (como Valencia, 1997) o descampados (como Alcobendas , 1997). Aunque también dejará aparcada la periferia para realizar imágenes como Alicante (2001), donde nos asomamos a la inmensidad del horizonte marítimo en un estado de inquietante templanza.
Y es que las fotografías de Cánovas resultan enigmáticas porque parece que en ellas el tiempo se ha detenido y el acontecimiento estar por llegar. Como si toda la emoción estuviera contenida en un instante que amaga con estallar en cualquier momento. Una sensación que se acentúa aún más en la serie Paisaje sin retorno (1993-1994), expuesta en la primera planta del museo. Quizás a causa del humo de los altos hornos que tan característicos eran del paisaje fabril de la ciudad de Bilbao, conocida durante años por su «Luz Negra». En esta selección de fotografías, Cánovas documenta los espacios urbanos de naturaleza industrial que iban a desaparecer (desde el centro de la ciudad hasta la desembocadura del Nervión) para dar paso a las nuevas edificaciones que, en pocos años, transformarían la ría albergando las actividades de un floreciente sector servicios. En esta sección pueden contemplarse un gran número de panorámicas como Sestao (1993), Rontegi-Barakaldo (1993) o Bilbao (1994), así como varias imágenes de los altos hornos que el artista inmortaliza a pesar de que estaba prohibido acercarse a ellos debido al gran peligro que suponía.
El último trabajo que se presenta en la exposición es Séptimo Cielo (2007-2017), su serie más reciente. En ella Cánovas explora los alrededores que están a menos de un radio de tres kilómetros de su domicilio actual para darle una nueva lectura. El entorno está ubicado a caballo entre Zizur Mayor y Cizur Menor, dos localidades satélite de Pamplona. En este reto de volver a mirar lo conocido Cánovas consigue asombrar al espectador con escenarios más acogedores en los que está presente la huella humana. El nombre Séptimo cielo está escrito en el grafiti de una de las imágenes, de ahí su título. Al mismo tiempo este trabajo se organiza en cuatro series: Límites, Tiempos climáticos, Enclaves y Signos, que juegan con la ironía y las casualidades del paisaje. La peculiaridad de esta sección es que las fotografías están hechas a color a diferencia del resto de la exposición en la que reina el blanco y negro. Con el cambio de milenio Cánovas se pasó a la fotografía digital de manera gradual, sintiéndose cada vez más atraído por el mundo del color.
A modo de anexo, el museo ha destinado las dos pequeñas salas de la segunda planta como zona de documentación. En ellas pueden verse, entre otros archivos, un par de vídeos que se mostraron en el Museo de la Universidad de Navarra dentro del proyecto Tender puentes. Dos registros audiovisuales que dan cierre a una exposición con una dosis de imágenes muy bien medida y una equilibrada distribución en sala. Todo ello hace que el recorrido resulte apasionante al cobijo de las texturas, las sombras y el relieve que comprenden los accidentes y volúmenes de cada uno de los paisajes.











