Les Fauves [Los Fieras]

André Derain; Big Ben, Londres (1906) © Cortesía de Fundación Mapfre

Comisaria: Maria Teresa Ocaña

El movimiento de Los Fauves fue tan raudo como su pincelada. La línea de trabajo de estos artistas bautizados como ‘los fieras’ por el crítico de arte Louis Vauxcelles -quién también dio nombre al cubismo- empezó a experimentar ramificaciones poco antes de transcurrir  cuatro años desde su ‘presentación en sociedad’. Sin embargo, al grupo le bastó el periodo de 1904 a 1908 para conquistar el Salón de Otoño celebrado en el Grand Palais, alcanzar el éxito entre el gran público y generar las bases de dos de las vanguardias históricas más relevantes del siglo XX: el cubismo y el expresionismo. Su mayor signo de distinción fue la utilización de un cromatismo estridente, como puede apreciarse en cada una de las 150 obras que conforman la exposición titulada Los Fauves. La pasión por el color.

Más de un centenar de pinturas, así como numerosas acuarelas y dibujos a lápiz, tinta china o pastel (además de una selección de objetos de cerámica), podrán contemplarse hasta el 29 de enero la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre. Un variado repertorio de piezas, sucedidas en orden cronológico, pertenecientes a los doce artistas generadores del movimiento: el líder Henri Matisse, que comenzó a realizar sus primeros ensayos en 1890 junto a Albert Marquet, Henri Mangin, George Reuault, Charles Camoin y Jean Puy; pertenecientes a una generación posterior, André Derain y Maurice Vlaminck (futuros líderes) que se incorporaron catorce años después con Kees van Dongen y, por último, en 1906 se sumaron Raoul Dufy, Georges Braque y Othon Friesz (que aportaron una bocanada de aire fresco en la mitad del camino, cuando los maestros fundadores empezaron ya a entrar en crisis).

A lo largo del recorrido expositivo asistimos a una explosión de vivos pigmentos. Con este nuevo modo de pintar los artistas reivindicaban la autonomía del color y su capacidad para transmitir emociones. Una máxima que lograron plasmar en el lienzo conociendo a la perfección la complementariedad entre colores y llevándola al extremo. Jamás mezclaban. Siempre aplicaban el tono lo más puro posible, evitando matizar a toda costa. Por esta razón, se vislumbra en sus obras una auténtica efervescencia de grandes contrastes. El fauvismo fue la prueba tangible de la vitalidad de sus integrantes y las sinergias que existieron entre ellos. Se llevaban tan bien que no dudaron en retratarse entre ellos, como queda de manifiesto en una de las cinco secciones que estructuran la exposición.

Las pinceladas de los fauves eran gruesas y enérgicas, y sus escenas carecían de perspectiva. Se sintieron especialmente atraídos por el paisaje natural, especialmente por el entorno marino y portuario. También dibujaron bodegones de naturaleza muerta y recurrieron frecuentemente a la representación de la figura femenina al desnudo, desde un enfoque más delicado y sensual (posando en la intimidad del hogar como las mujeres de Manguin) hasta el más satírico y vulgar (como las prostitutas y acróbatas del Circo Medrano retratadas por Kees van Dongen). Finalmente, obnubilados por la fuerte presencia del estilo de Cézanne terminaron por querer incluir la perspectiva en sus obras y por aplicar un trazado anguloso en sus figuras. Dos propósitos desencadenantes del fin de las vibrantes atmósferas del fauvismo que protagonizan esta exposición, donde es recomendable posicionarse en la pared opuesta para admirar, al completo, el palpitante talento presente en cada pieza.

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Henri Matisse, André Derain (1905) © Cortesía de Fundación Mapfre
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Maurice Vlaminck; Chaville, l’Etang de l’Ursine (1905) © Cortesía de Fundación Mapfre
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Henri Manguin, Devant la fenêtre (1904) © Cortesía de Fundación Mapfre
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Kees van Dongen, Femme nue blonde (1906) © Cortesía de Fundación Mapfre