Comisario: Alejandro Vergara
En sucesivas ocasiones, tuvo que autoretratarse de forma camuflada en la escenografía de sus cuadros para dejar vigencia de que la autora era ella misma: Clara Peeters (Amberes, 1594 – La Haya, 1657). Y es que dedicarse a la pintura para una mujer del siglo XVII no era tarea fácil. Ni tampoco parece serlo hoy en día. El Museo del Prado, uno de los más prestigiosos del mundo, ha tardado ni más ni menos que la friolera de casi doscientos años en dedicar una exposición a una mujer artista.
Todo un acontecimiento que, a pesar de llegar con retraso es aceptado con entusiasmo, confiando en que, a partir de ahora, la institución se despoje del purismo que tantos años la ha acompañado. Clara Peeters ha sido la primera en iluminar las salas del museo. Igual que fue pionera al tomar los pinceles siendo mujer pese a vivir bajo el conservadurismo del convulso periodo de las Guerras de Religión que asolaron la Europa de su época. Bajo el título El arte de Clara Peeters se podrán contemplar quince de sus obras hasta el 19 de febrero de 2017 .
Una selección compuesta exclusivamente por naturalezas muertas en las que plasma a imagen y semejanza de la realidad los víveres y utensilios más codiciados por las élites de siglo XVII. Destacan el mantel de Damasco, los platos de Mayólica o de porcelana Kraak china, elegantes copas doradas, sofisticados candeleros de latón o las jarras de peltre en las que tan asiduamente dibujaba su autorretrato medio diluido sobre la superficie de la tapadera. Para firmar, elegía con frecuencia el canto del mango de los cuchillos sobre los que escribía su nombre completo.
Pero lo verdaderamente insólito de su producción, si echamos un vistazo a la temática de los bodegones de la época, fueron sus representaciones de pescados. Al tratarse de un alimento común, el resto de pintores de la época no consideraba digno incluirlo en sus obras. Norma que Peeters pasó totalmente por alto convirtiéndose en la primera en poner al mismo nivel el pescado, el marisco, las ostras e, incluso, las apreciadas aves de caza menor, que solo la nobleza estaba autorizada a cazar.
Dentro de las singularidades culinarias, sin duda la más extravagante fue la de pintar bollos de pan untados con queso y mantequilla. Una acción, que por aquel entonces se consideraba obra del demonio debido al exceso calórico de sus componentes. Sin duda, esta combinación sigue considerándose poco apropiada hoy en día. Tan fuera de lugar como colocar un lienzo de Jan Brueghel el Viejo y Rubens, Alegoría del gusto, al final del recorrido de la exposición y bautizarlo como «El ejemplo del estilo dominante de la época». ¿Acaso no puede haber una sala dedicada exclusivamente a una mujer, o es que todavía hacen falta referentes masculinos para legitimar su obra?



